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«En el Imperio triunfan los fuertes». Ese es el estilo de vida del Sacro Imperio de Vollachia, una nación dura y próspera, donde el fuerte manda y el débil es oprimido. El mismo emperador —el ápice de la nación— es la viva encarnación de tan duro dogma, y, para lograr tal estatus, se debe demostrar el coraje suficiente para gobernar, aun si eso implica masacrar a los propios familiares para alzarse como heredero legítimo. Prisca Benedict, poseedora de una belleza embelesante, como hija del emperador debe poner a prueba fuerza e ingenio para sobrepasar los traicioneros desafíos y ardides cuidadosamente planificados por sus adversarios. Aun a su tierna edad, frente a un escenario que aparenta estar totalmente en su contra, Prisca marcha segura, pues cuenta con la certeza de saber que… «Este mundo está hecho a mi conveniencia».

La Baronía Barielle es conocida por tener un Señor que gobierna con mano dura y es despiadado con su gente. Ellos, indiferentes —en el mejor de los casos— hacia su Señor, un día se enteran de una novedad: el Barón acaba de contraer nupcias con una dama mucho más joven que él. Este suceso, a simple vista irrelevante, marca dos cosas: la llegada de tres personajes clave para la Baronía —la nueva Baronesa, su «Caballero» y un pequeño mayordomo— y el inicio de una nueva era de prosperidad para la ya cansada gente del territorio. No obstante, la unión del Barón y la Baronesa no se basa en el amor, pues hay un motivo oculto tras este enlace, uno digno de tan miserable hombre, que gobierna aquellas tierras.

En la zona septentrional del mundo yace el Reino Sagrado de Gusteko, un país con el ambiente más hostil de entre las Cuatro Grandes Naciones. Ante las inclemencias climáticas y una desigualdad social que roza lo absurdo, el pueblo de Gusteko se mantiene firme, aferrándose a su fe en la Santa Iglesia Gustekana, organización religiosa que, en su afán por salvaguardar la fe en la Madre Benevolente Odglass, ha llegado a reprimir al pueblo y cometer acciones abominables con el propósito de erradicar el más mínimo atisbo de herejía. Elsa, una huérfana problemática, se encuentra al borde de la muerte. Vendida como esclava y prófuga en varias ocasiones, es consciente de su situación. Con una vida miserable tras de ella, sigue adelante; no por la esperanza de un mejor futuro, sino por aferrarse a sus instintos más básicos de supervivencia, cual animal salvaje. Cerca de su final, encuentra un nuevo comienzo con un futuro teñido de un rojo cálido e intenso.

Este mundo non es sino una farsa. Una sarta de engaños urdida para hacer creer que somos todos libres de escoger nuestro destino, cuando en verdad non nos aguarda sino un destino funesto ya dispuesto de antemano. Somo papeles menores en una comedia vana, tipejos olvidados que tan solo servimos hasta el punto en que debemos salir de la escena. Mas este non ha de ser ya el caso. Rebélome contra mi mandamiento, niégome a abandonar el escenario. ¡Oh, Observadores, que creéis tener cuanto existe bajo vuestro yugo, he de probaros que errado está vuestro juicio! He de mostrar que el entramado de vuestra preciada realidad puede torcerse, y que vuestros designios han de ser reducidos a cenizas. Ni aun vuestra tan mentada Santa de la Espada será capaz de detenerme. Así pues, tal como acaeciera cuatro siglos ha, habremos de probarlo nuevamente.

Abandonada por sus padres, criada por bestias y adiestrada como asesina a sueldo, Meili Portroute ve amenazado su futuro por un trágico pasado teñido de sangre y muerte. Aun cuando sus intenciones actuales son buenas, primero debe demostrar que posee el valor suficiente para expiar sus pecados. Frente a tan terrible escenario, Meili se siente aterrada, no por la complicada situación en la que se encuentra a tan corta edad, sino por hallarse frente al más espantoso monstruo que haya conocido en sus escasos años de vida. Aun así, se mantiene firme, pues ha decidido corresponder a las personas que eligieron creer en ella, sin importar los tres terribles seres con los que habrá de toparse en esta nueva travesía.

La muerte de un padre siempre llega a ser una noticia triste, causa de muchas penas. No obstante, entre los nobles no siempre suele ser así. La sucesión y las herencias pueden aliviar el dolor del corazón más codicioso, como si de una anestesia se tratase. En cambio, esta no parece ser la razón del sosiego de cierto joven noble. Su codicia no parece tener por objeto bienes materiales ni un simple estatus social. Más aún, parece ser indiferente a la pérdida de su padre, como si ya estuviera acostumbrado a tal suceso. Aunque el muchacho, de apariencia solemne, transmita una sensación distinta a la de sus antepasados, en su mirada arde el mismo deseo heredado en su linaje: hacerse con más poder para cumplir un largamente anhelado propósito, sepultado por el tiempo.